Regímenes de (hiper)visibilidad: conflictos de la cultura-red desde el pensamiento de Jacques Rancière (II)
2. La «transformación capitalista de un mundo conectado»
Para analizar el espacio-tiempo de internet es necesario proyectar una mirada crítica y descubrir cómo la libertad y democratización que la red puede ofrecernos es, en parte, una apariencia mediada por el capital y producida por empresas privadas. Olvidamos que espacios virtuales de uso diario como Google, YouTube, Amazon o Facebook no son sólo páginas web sino empresas privadas —con dueños e intereses económicos basados en la privacidad y los gustos personales—, que impiden que el usuario goce de una total libertad. De hecho, es necesario definir la cultura-red como una «cultura mediada por las pantallas (...) configurada por la mirada y las lentes políticas y económicas» [1], un espacio excedentario donde «la visibilidad marca el valor social del excedente» [2]. Podemos considerar la sensibilidad y las dinámicas que imperan en la cultura-red como herederas (o consecuencias) directas de una ruptura postmoderna, negada y defendida a partes iguales. Para Jean-François Lyotard, uno de los principales teóricos de la postmodernidad, esta «no es una nueva época, sino la reescritura de algunos rasgos reivindicados por la modernidad» [3]. Una postura similar será defendida por otros pensadores, como Nicolas Bourriaud para quien «los ideales de la modernidad no han desaparecido, se han adaptado» [4] o el propio Rancière, que insiste en que «no existe una ruptura posmoderna, sino “una contradicción originaria” y que actúa de manera incesante» [5]. Por otro lado, si tomamos el exhaustivo y excelente análisis de Fredric Jameson sobre la postmodernidad, puede afirmarse que sí se ha producido «una ruptura cultural y de la experiencia» que «es sólo el reflejo y la parte concomitante de una modificación sistémica más del propio capitalismo» [6]; del mismo modo, la cultura-red es en realidad la «transformación capitalista de un mundo conectado» [7]. Es pertinente contemplar esta nueva configuración de la experiencia y el espacio proporcionada por el capitalismo global para apreciar cómo este evoluciona en la cultura-red y el ciberespacio. También Guy Debord hablaba de cómo el capitalismo se apropiaba del plano espaciotemporal para imponer un «tiempo espectacular» y una «nueva ordenación del territorio» [8], aunque criticando estas nuevas formas de experiencia como una sensibilidad falsa de la imagen. De este modo, puede entenderse que internet ha permitido una transmutación digital de los valores propios de la postmodernidad, a saber, el capitalismo contemporáneo multinacional, la globalización perversa y la hipertrofia de la automatización tecnológica.
Para Rancière, «la oposición simplista de lo moderno y lo posmoderno impide comprender las transformaciones del presente y sus implicancias» [9]. Pero también es posible que esta postura anti-postmoderna impida comprender correctamente las transformaciones radicales del capital sobre los espacios culturales y sociales. Además, Jameson no se dedica a oponer el espíritu moderno al postmoderno —de hecho, no los considera incompatibles— sino que apunta que «el proceso de modernización ha concluido» [10]. Resulta importante tener presente el análisis de Jameson por su marcado espíritu político, buscando «proyectar la idea de una nueva norma cultural sistemática y de su reproducción, con el fin de reflexionar con mayor precisión sobre las formas más eficaces que en la actualidad puede revestir una política cultural radical» [11].
Marco Godoy, Devaluing an image, 2013
Cabe preguntarse si la red es realmente tan democrática como lo parece. Rancière ya se mostraba escéptico ante estas formas de política, argumentando que «la participación dentro de lo que nos referimos normalmente como regímenes democráticos se reduce por lo general a una cuestión de llenar los espacios dejados vacíos por el poder» [12]. Podría decirse que en la red se produce una transmutación de esta sentencia y las empresas privadas generan espacios virtuales para ser ocupados por el usuario, proporcionando aún más poder (y valor) a estas empresas. Esta búsqueda por generar interés económico y personal constante deriva en una concepción de espectador-usuario que se aleja de una visión general o reduccionista para centrarse en la multiplicidad de espectadores individuales (es decir, consumidores). Este eclecticismo genera nichos de mercado híperespecializados que permiten producir —y, de este modo, generar beneficio— para todo tipo de usuarios. Paradójicamente, esta concepción de público-usuario acorde al mercado va en consonancia con la visión defendida por muchos autores que han criticado la concepción única de un público general: para Bourriaud, «la idea de una masa unitaria tiene más que ver con una estética fascista que con experiencias momentáneas en las que cada uno debe conservar su identidad» [13]; para Alain Badiou, «debemos rebelarnos contra cualquier concepción de público que vea en éste una comunidad, una sustancia pública, un conjunto consistente» [14]; para Rancière, «no hay arte en general, así como no hay conductas o sentimientos estéticos en general» [15], lo cual conduce a pensar lo absurdo de plantear un público general.
De nuevo, esta visión múltiple del espectador-consumidor no resulta
inocente: cada vez más, la red se ve inundada de spam, publicidad
personalizada y algoritmos inteligentes que condicionan nuestros gustos,
encarnando un «proceso de complejización» en el que «el control ya no está
territorializado ni historizado. Está computarizado» [16]. Este
panorama virtual propicia la «falsa elección» del espectáculo denunciada por
Debord; la red materializa ese «espectáculo integrado», aunque podría
argumentarse que la transformación tiene que darse desde dentro, y no
desde un afuera inexistente, defendido por Debord, que separa realidad e
imagen [17]. Frente al pensamiento debordiano en el que «la organización
revolucionaria debe comprender que ya no puede combatir la alienación bajo
formas alienadas» [18], encontramos que «está siendo la
democratización y disponibilidad horizontal y global de muchas de estas
tecnologías las que han acelerado una forma distinta de ver el mundo y,
especialmente, la forma en la que construimos nuestra manera de estar en el
mundo conectado» [19]. Estos espacios de la cultura-red son
extremadamente contradictorios y ambiguos, ya que ofrecen la posibilidad real
de establecer vínculos relacionales, de generar espacios alternativos y crear
colectivos de resistencia político-social. El primer paso posiblemente sea
aproximarse a estas formas distintas de ver el mundo, actualizaciones
del mirar que son el punto de partida para la creación de colectivos
emancipados: «La emancipación (...) comienza cuando se comprende que mirar es
también una acción que confirma o que transforma esta distribución de las
posiciones» [20].
1. Remedios Zafra, Ojos y capital (Bilbao: consonni, 2018), 36.
2. Ibidem, 70.
3. Jean-François Lyotard, Lo inhumano. Charlas sobre el tiempo (Buenos Aires: Manantial, 1999), 42.
4. Nicolas Bourriaud, Estética relacional (Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2008), 141.
5. Jacques Rancière, El malestar en la estética (Buenos Aires: Capital Intelectual, 2011), 49.
6. Fredric Jameson, Teoría de la postmodernidad (Madrid: Trotta, 2016), 12-13.
7. Remedios Zafra, Ojos y capital (Bilbao: consonni, 2018), 16.
8. Guy Debord, La sociedad del espectáculo (Valencia: Pre-textos, 2002), 133 y 143 respectivamente.
9. Jacques Rancière, El malestar en la estética (Buenos Aires: Capital Intelectual, 2011), 156.
10. Fredric Jameson, Teoría de la postmodernidad (Madrid: Trotta, 2016), 10.
11. Ibidem, 28.
12. Claire Bishop, Infiernos artificiales: arte participativo y políticas de la espectaduría (México: t-e-eoría, 2019), 144.
13. Nicolas Bourriaud, Estética relacional (Buenos Aires: Adriana Hidalgo, 2008), 74.
14. Alain Badiou, Pequeño tratado de inestética (Buenos Aires: Prometeo, 2009), 123.
15. Jacques Rancière, El malestar en la estética (Buenos Aires: Capital Intelectual, 2011), 15.
16. Jean-François Lyotard, Lo inhumano. Charlas sobre el tiempo (Buenos Aires: Manantial, 1999), 200.
17. Guy Debord, La sociedad del espectáculo (Valencia: Pre-textos, 2002), 39.
18. Ibidem, 116.
19. Remedios Zafra, Ojos y capital (Bilbao: consonni, 2018), 49.
20. Jacques Rancière, El espectador emancipado (Buenos Aires: Manantial, 2010), 10.
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